Vocación caritativa
Por Adriana D’Angelo
Definiendo su trabajo como “el aire que respira”, esta puertorriqueña de nacimiento y neapolitana de corazón, ha dedicado los últimos 11 años de su vida a una incansable labor caritativa bajo el manto de las Caridades Católicas del Condado de Collier.
Bernice Zul llegó a la ciudad de Naples en 1985, y desde aquel entonces se dedicaba al trabajo comunitario, unida siempre a la iglesia católica. En esta ciudad han crecido sus tres hijas: Maritza, Olivia y Jesenia, y hace pocos meses nació su primer nieto Israel.
Confiesa que su trabajo, en ocasiones, le impide dedicarle el tiempo necesario a su familia, pero su vocación es insaciable y para poder estar junto a ellas, en lugar de disminuir sus acciones en pro de los más necesitados, le ha inculcado la virtud de la caridad, convirtiéndolas desde muy pequeñas en voluntarias de las Caridades Católicas. Sus hijas le acompañan los sábados a desarrollar el programa “Food Drive”, mediante el cual recolectan donaciones de alimentos en toda la ciudad, luego la clasifican y distribuyen entre los más necesitados.
La labor de Bernice traspasa las ochos horas diarias de trabajo, pues además de encargarse de varios programas de la agencia de ayuda comunitaria durante los fines de semana, se dedica al voluntariado en las escuelas de sus hijas Olivia (Naples High School) y Jesenia (Avalon Elementarie School). Incluso, en el pasado, le quedaba tiempo disponible para dictar catequesis en la Parroquia de San Pedro de la Diócesis de Venice.
A lo largo de toda su trayectoria dentro de las Caridades Católicas, la cual inició como recepcionista a medio tiempo, Bernice ha sido propulsora de varios programas de ayuda para los inmigrantes. Actualmente ellos ofrecen servicio de comida, medicamentos, ayudas en el pago de los recibos de electricidad y agua en casos de emergencia, orientación y programas de búsqueda de empleo para los refugiados, homologación de los títulos universitarios que los refugiados traen desde sus países de origen, y más recientemente están tratando de mejorar su asesoría en casos de inmigración, atendiendo a las necesidades de la mayoría de sus clientes, quienes en más de un 50 por ciento son de origen hispano.
Todos los servicios que ellos ofrecen son gratuitos, fruto de las donaciones de particulares, el subsidio de United Way, del Grupo de Donadores profesionales anónimos, mejor conocido como PGA (Professional Givers Anonymous) y fondos de la iglesia católica, entre otros. Para los casos de emergencia en los que ayudan a pagar los servicios de agua y electricidad cuentan con una pequeña partida anual de dinero que les proporciona la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias o FEMA por sus siglas en inglés.
Bernice Zul comenta que el apoyo ha ido creciendo con el tiempo, recuerda que en épocas importantes como la navidad su depósito se llena de regalos y alimentos que ellos entregan en las manos de los más necesitados. Cada mes entre 800 y 900 personas son beneficiadas con los servicios ofrecidos, y eso se ha convertido en la mayor retribución para este ejemplo hispano de bondad.
“He visto personas desde que acaban de llegar a este país sin nada, hasta cumplir el sueño americano de comprar su propia casa”
Las Caridades Católicas prestan una atención muy especial a los refugiados de cualquier índole, proveniente de Cuba, Colombia y Haití. A estas personas las apoyan mediante un proceso muy efectivo que comienza desde el momento en el que llegan al país, insertándolos en el programa: Refugee Resstlement, dentro del cual se le explica al cliente cada uno de los pasos que debe seguir, adonde acudir para obtener su documentación y para recibir ayuda. Una vez que la persona ya ha culminado todos esos trámites se transfiere a otro programa con el que se le trata de ubicar en un trabajo. Si el refugiado ya tiene un título universitario, este sistema le ayuda a buscar el equivalente en los Estados Unidos, y también se les consigue ayuda financiera a aquellos que desean continuar sus estudios.
Con tanto trabajo, Bernice divide sus días entre la satisfacción de hacer el bien al prójimo y educar a sus hijas. Los clientes, como ella llama a las personas asistidas, se han convertido en parte de su familia, la invitan a sus fiestas, haciéndole parte de sus vidas. Pero la experiencia le ha dado fortaleza a esta trabajadora social para no llevarse tantos problemas a casa. Nos cuenta con una sonrisa que cuando sale la de la oficina se quita el traje de luchadora comunitaria para ponerse el de madre, abuela y amiga.
Al preguntarle si alguna vez ha pensado cambiar de trabajo o profesión, inmediatamente y con mucha seguridad nos respondió que si dejara sus funciones en las Caridades Católicas sería sólo para llevar ese servicio comunitario hacia otros lugares donde no lo haya. Afirmando de esta manera su rotunda vocación que la ha llevado a un compromiso de por vida.
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